domingo, 12 de diciembre de 2021

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¿PODEMOS HABLAR DE “INTELIGENCIA VEGETAL”?

 

Por Stefano Mancuso y Alessandra Viola

 

A diferencia de los animales, las plantas son seres sedentarios que viven ancladas al suelo (aunque no todas). Para sobrevivir en ese estado, han evolucionado de un modo tal que les permite nutrirse, reproducirse y defenderse de varias maneras de los animales; además, han estructurado su cuerpo de forma modular para hacer frente a los ataques externos. Gracias a esta estructura, la depredación animal (por ejemplo, la de los herbívoros que se comen una parte de las flores o del tallo) no constituye un problema grave. Las plantas carecen de órganos únicos, como un cerebro, un corazón, pulmones o uno o más estómagos; esto se debe a que si sufrieran daños o fueran extirpados (por ejemplo, por parte del herbívoro que acabamos de mencionar), ello pondría en peligro la supervivencia del organismo en su conjunto. En las plantas, ninguna parte individual resulta indispensable, ya que su estructura es, en general, redundante y está constituida por módulos repetidos que interactúan y, dadas ciertas circunstancias, pueden sobrevivir incluso de forma autónoma. Estas características diferencian a las plantas de los animales y hacen que se parezcan más a una colonia que a un individuo.

 

Una de las consecuencias derivadas de esta estructura tan distinta a la nuestra es que las plantas se nos antojan lejanas, ajenas, hasta el punto de que a veces incluso nos cuesta recordar que están vivas. El hecho de que los animales posean un cerebro, un corazón, una o más bocas, pulmones y estómagos los convierte en seres cercanos y comprensibles. Pero con las plantas es distinto. Si no tienen corazón, ¿significa eso que carecen de circulación? Si no tienen pulmones, ¿es que no respiran? Si no tienen boca, ¿es que no se nutren? Y si no tienen estómago, ¿no digieren? Ya hemos visto que para cada una de estas preguntas existe una respuesta adecuada y que las plantas pueden llevar a cabo todas esas funciones aunque no dispongan de órganos que las controlen y desarrollen. Ahora tratemos de preguntarnos: puesto que no tienen cerebro, ¿las plantas no razonan?

 

El primer juicio a propósito de su inteligencia deriva precisamente de esta duda: en ausencia del órgano destinado a una determinada función, ¿cómo es posible que dicha función pueda realizarse? Y, sin embargo, ya hemos visto que las plantas se alimentan sin boca, respiran sin pulmones y ven, saborean, oyen, se comunican pese a no disponer de órganos sensitivos como los nuestros. Entonces, ¿por qué ponemos en duda que sean capaces de razonar? Nadie negaría que las plantas se alimentan y respiran, así pues ¿por qué la mera hipótesis de que puedan ser inteligentes provoca una reacción tan fuerte de rechazo? Llegados a este punto, se impone dar un paso atrás y preguntarnos: ¿qué es la inteligencia? Puesto que se trata de un concepto tan amplio y difícil de delimitar, es normal que existan multitud de definiciones distintas (la más divertida es la que dice que «existen tantas definiciones de inteligencia como investigadores encargados de definirla»).

 

Lo primero que haremos, pues, es escoger una que se adecue a nuestro caso. Podríamos optar por una definición amplia, como: «La inteligencia es la habilidad para resolver problemas». No es la única que tenemos a disposición; también podríamos elegir otras, pero por el momento quedémonos con ésta. Una alternativa interesante podría ser la que dice que la inteligencia es una prerrogativa humana, ya que está ligada al pensamiento abstracto o a cualquier otra capacidad cognitiva típicamente humana, mientras que el resto de seres vivos tendrían en su lugar unas «capacidades» de naturaleza distinta para las que habría que encontrar un nombre adecuado. Parece razonable, pero ¿es verdad? ¿Qué rasgos hay que nos hacen humanos y que no sean replicables?

 

Tomado de: Stefano Mancuso y Alessandra Viola. 2015. Sensibilidad e inteligencia en el mundo vegetal. Galaxia Gutenberg.

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