miércoles, 23 de diciembre de 2020

 

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Sesou

 

Apenas un adolescente, entre confundido y asustado llegué a la pequeña comunidad. Sin avisar armé mi carpa amarrillo chillón en algún sitio no bien pensado. Todavía con el entendimiento entumecido por el susto de la aventura y mientras ordenaba las pocas cosas que traía, sentí algo y volteé… para mi sorpresa, dentro de mi carpa y justo detrás de mí se encontraba un viejo indígena sentado en cuclillas. Recuerdo perfectamente la impresión que me causó la profundad de las arrugas de su rostro.

-No trajiste regalito- me preguntó. Le entregué un chocolate sin decir palabra y el igualmente se fue. Así conocí a Sesou.

Con el tiempo trabé amistad con los niños de la comunidad y después con Iona Romero, la madre de un buen número de ellos.Una amistad para toda la vida. En algún momento Iona me convenció de ir a una celebración en una comunidad cercana. Al solo llegar, vi una larga fila de indígenas que ordenadamente esperaban ser bautizados en un río por un pastor, también indígena. Junto a Wida -hija de Iona- vagabundeé al azar entre las casas de la comunidad. Al rato nos acercamos a un grupo de personas que de pie se reunían en torno a alguien. Como pudimos nos colamos y para mi sorpresa vi a Sesou, quien con un gigantesco pedazo de carne asada en la mano, gritaba agresivamente a los demás. Traté que Wida me tradujera lo que decía, pero no quiso.

 -Ese es un viejo loco - me dijo- el cree que es dueño de la sabana.

Mucho tiempo después, Sesou se me acercó mientras yo holgazaneaba acostado sobre una roca.

 –¿Quieres ayudar en el Conuco?- dijo y yo inmediatamente me levanté dispuesto a poner manos a la obra. Él se extrañó y se fue sin decir más. Solo después de trascurrida una semana y media partimos caminando a su lejano Conuco. Así, aprendí que hay otras formas de entender lo inmediato y de relacionarse con tiempo.

Pasamos todo el día trabajando, yo haciendo torpemente lo que Sesou me indicaba. Al inicio de la tarde paramos un rato a comer casabe con picante, le comenté que había visto algunos gusanos comiéndose las hojas los cultivos y le dije que si quería podía matarlos.

 –Hay suficiente para ellos y para nosotros, todos nos beneficiamos- dijo Sesou.

También me ofrecí a apilar en un rincón los restos de troncos quemados que desordenadamente se encontraban dispersos en el conuco. Tampoco aceptó, yo simplemente pensé que era un indio terco. Al poco tiempo volvimos a trabajar, duro, muy duro hasta el atardecer. Después, de noche, acostados en chinchorros a la luz de las brasas, tuve el privilegio de escuchar, por primera vez en mi vida, el relato de cómo –en el pasado mítico- Makunaima derribó el Árbol de la Vida.

En varias ocasiones regresé a visitar a la familia Romero, a Iona y sus muchachos. Pregunté por el viejo Sesou, nadie parecía estar seguro.

 - Murió hace mucho - me dijeron algunos, según otros desapareció en la sabana. Para mí fue una persona fundamental, por el decidí estudiar agricultura en la universidad. Sin embargo, ahí, ni una vez me hablaron del Conuco.

Después de graduado, un compañero de trabajo me habló maravillado de unos antiquísimos suelos amazónicos extremadamente fértiles, llamados Terra Preta do Indio, que son, sin lugar a dudas el producto de la quema de árboles en la agricultura precolombina (Petersen, Neves y Heckenberger, 2001). No pude dejar de recordar al viejo, la tarde aquella de trabajo y los troncos dispersos en el conuco. Transcurrido mucho más tiempo aun, leyendo con gran sorpresa un artículo de enigmático título en donde se describía cómo la mordida de un gusano puede ayudar a aumentar las cosechas (Poveda, Gómez y Kessler, 2010), finalmente me di cuenta… comprendí cuánto no había comprendido, lo diferente de los mundos y lo sutil que puede ser el racismo.

Tomado de: Griffon, D. 2020. Conuco: fruto del árbol Kalivirnae. En: Dinámica multifuncional de la agricultura familiar. Alimentación, ecología y economía (Ramírez y Ocampo, eds.).  Colegio de Postgraduados - Universidad de Guadalajara.

Libre aquí: https://bit.ly/2L1oBFP

 

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