sábado, 1 de diciembre de 2018
Las mujeres
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"Ya
los recolectores primitivos conocían tanto el cuidado de los determinados
árboles frutales en sus regiones de caza como también la propiedad privada de
los mismos, en especial en los lugares en que las plantas alimenticias se
encontraban en grandes cantidades. Estas plantas constituían, por así decir,
pequeños huertos silvestres. Pero todavía había que dar un paso muy grande para
pasar del cuidado de las plantas silvestres a un cultivo consciente, que
significaba el paso de la economía apropiadora a la economía productiva, y que
para la evolución de las culturas tendría consecuencias mucho más graves y
decisivas que, por ejemplo, la introducción del la metalurgia.
El
paso a la cultura agrícola debió haberse realizado de tal manera que las
mujeres, con el fin de facilitar su terea de recoger alimentos vegetales y
asegurar el éxito en esta empresa, ya no cosechaban el total de los frutos que
se hallaban en una región rica en estas
plantas nutritivas, sino que las dejaban ahí partes de raíces, tubérculos y retoños.
De esta manera podían estar seguras de obtener una rica cosecha cuando les
tocara visitar nuevamente dicha región. El conocimiento de cómo las partes
abandonadas producen nuevas plantas tuvo que adquirirse precisamente en estos
constantes retornos a los antiguos campamentos después de un determinado tiempo
de vagar por otros lugares. Generalmente se tiraba la basura y todos los
desperdicios directamente en el campamento, de modo que –especialmente después
de haber permanecido mucho tiempo en un mismo lugar o de haber acampado en el
repetidas veces- se formaban a menudo gigantescos montículos de basura los
cuales, naturalmente, proporcionaban un excelente abono y un buen lugar donde
podrían crecer las partes de los tubérculos y los retoños que se habían tirado.
En el momento en que pudieron valorarse estos conocimientos ya no fue tan
difícil dar el paso a la agricultura, es decir, a la siembra de plantas
deseadas en lugares favorables para fundar una aldea; esto se hacía, por
ejemplo, llevando partes de tubérculos desde regiones lejanas hasta las
cercanías de los campamentos preferidos o llevando retoños (plátanos, por
ejemplo) o frutos de arboles con el mismo fin al campamento.
Este
paso significó un enorme progreso en relación al aseguramiento de la vida,
principalmente en las regiones boscosas del trópico, donde la caza cuesta mayor
trabajo y tiene menos éxito que en las regiones esteparias. Ahora no solo se
había ampliado y asegurado la base de la alimentación, sino que la vida de las
mujeres se había aligerado considerablemente ahorrándoles tiempo y energías;
pues hasta este instante habían tenido
que dedicar principalmente a la búsqueda de comestibles el tiempo libre que les
dejaba el arreglo de los campamentos y la preparación de los alimentos, a lo
que se añadía –aparte del esfuerzo que significaba la recolección de frutos,
etc.- el tener que cargar a sus hijos
pequeños; desde luego, el trabajo era todavía más pesado para las mujeres
embarazadas.
A
pesar de las ventajas, para nosotros tan obvias, del cultivo de la tierra, no
hay que sobrevalorar el ritmo de su desarrollo. Desde luego que hubo mujeres recolectoras que
en distintas épocas y regiones plantaban vegetales independientemente unas de
otras. Pero esto sucedía de una manera muy limitada y solo individualmente.
Antes de que una invención o un método nuevos puedan abrirse paso y ser
aceptados por la comunidad tienen que
pasar por un proceso de criba. Esto es, el inventor, que siempre sobresale
espiritualmente del promedio de su comunidad, necesita encontrar seguidores que
comprendan en primer término sus pensamientos, que puedan intuir su utilidad y
que además estén dispuestos a aportar la fuerza de voluntad necesaria para
cambiar la tradición y aceptar las nuevas ideas. Además debe existir la
posibilidad de comunicar la innovación a un circulo más amplio y de legarla a
las generaciones futuras. Para todo esto, a las culturas recolectoras
propiamente dichas les están trazados límites muy estrechos: por una parte, la
escasa población de las unidades étnicas que viven notablemente aisladas
constituye un obstáculo para la
comunicación de nuevos inventos en el espacio y en el tiempo, y por la otra lo
es la conocida mentalidad conservadora de los pueblos recolectores, que suelen
aferrarse con mucha tenacidad a su estructura cultural vigorosamente
caracterizada a través de milenios de adaptación especializada al medio
ambiente. Una alteración de la economía no significa sino una conmoción del
equilibrio endoétnico mantenido estable durante tanto tiempo (véase pp. 40 ss). (El mejor ejemplo lo representa los
pigmeos Bambuti, que desde hace por lo menos siglos, pero probablemente
milenios, viven en simbiosis con agricultores de altura elevada. Sin dudas, han
conocido la utilidad del cultivo de la tierra y lo han sabido aprovechar a
través del comercio de trueque o el robo; pero aun hoy no quieren adoptarlo ni
siquiera en la forma para ellos tan sencilla de la plantación de plátano que
tanto aprecian. Los intentos ocasionales de convencerlos proporcionan
resultados muy raquíticos, cuando no fracasaron por completo). Pero debemos
tener en cuenta que los hombres de la fase recolectora son cazadores
apasionados, para quienes el vagar independiente y constante es una necesidad
vital que no quieren abandonar. Por lo tanto, se requirieron personalidades
femeninas de mucha voluntad para abrirle paso al cultivo de la tierra y, con
esto, a una forma de vida sedentaria."
Kunz
Dittmer. 1960. Etnología General. Formas y evolución de la cultura. Fondo de
Cultura Económica, pp. 177-179.
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