sábado, 11 de febrero de 2017
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-El Gaspar Ilóm
deja que a la tierra de Ilóm le roben el sueño de los ojos...
-El Gaspar Ilóm
deja que a la tierra de Ilóm le boten los párpados con hacha...
-El Gaspar Ilóm
deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas con las quemas
que ponen la luna color de hormiga vieja...
El Gaspar Ilóm
movía la cabeza de un lado a otro. Negar, moler la acusación del suelo que
estaba dormido con su petate, su sombra y su mujer y enterrado con sus muertos
y su ombligo, sin poder deshacerse de una culebra de seiscientas mil vueltas de
lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, pájaros y retumbos que sentía al
rededor del cuerpo.
-La tierra cae
soñando de las estrellas, pero despierta en las que fueron montañas, hoy cerros
pelados de Ilóm, donde el guarda canta con lloro de barranco, vuela de cabeza
el gavilán, anda el zompopo, gime la espumuy y duerme con su petate, su sombra
y su mujer el que debía trozar los párpados a los que hachan los árboles,
quemar las pestañas a los que chamuscan el monte y enfriar el cuerpo a los que
atajan el agua de los ríos que corriendo duerme y no ve nada pero atajada en las pozas abre
los ojos y lo ve todo con mirada honda...
El Gaspar se
estiró, se encogió, volvió a mover la cabeza de un lado a otro para moler la
acusación del suelo, atado de sueño y muerte por la culebra de seiscientas mil
vueltas de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos
que le martajaba los huesos hasta convertilo en una masa de frijol negro;
goteaba noche de profundidades.
Y oyó, con los
hoyos de sus orejas oyó:
-Conejos amarillos
en el cielo, conejos amarillos en el monte, conejos amarillos en el agua
guerrearán con el Gaspar. Empezará la guerra el Gaspar Ilóm arrastrado por su
sangre, por su río, por su habla de ñudos ciegos...
La palabra del
suelo hecha llama solar estuvo a punto de quemarles las orejas de tuza a los
conejos amarillos en el cielo, a los conejos amarillos en el monte, a los
conejos amarillos en el agua; pero el Gaspar se fue volviendo tierra que cae de
donde cae la tierra, es decir, sueño que no encuentra sombra para soñar en el
suelo de Ilóm y nada pudo la llama solar de la voz burlada por los conejos amarillos
que se pegaron a mamar en un papayal, convertidos en papayas del monte, que se
pegaron al cielo, convertidos en estrellas, y se disiparon en el agua como
reflejos con orejas.
Tierra desnuda,
tierra despierta, tierra maicera con sueño, el Gaspar que caía de donde cae la
tierra, tierra maicera bañada por ríos de agua hedionda de tanto estar
despierta, de agua verde en el desvelo de las selvas sacrificadas por el maíz
hecho hombre sembrador de maíz. De entrada se llevaron los maiceros por delante
con sus quemas y sus hachas en selvas abuelas de la sombra, doscientas mil
jóvenes ceibas de mil años.
En el pasto había un mulo, sobre el mulo había un hombre
y en el hombre había un muerto. Sus ojos eran sus ojos, sus manos eran sus
manos, su voz era su voz, sus piernas eran sus piernas y sus pies eran sus pies
para la guerra en cuanto escapara a la culebra de seiscientas mil vueltas de
lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas, lagos, pájaros y retumbos que se le
había enroscado en el cuerpo. Pero cómo soltarse, cómo
desatarse de la siembra, de la mujer, de los hijos, del rancho; cómo romper con
el gentío alegre de los campos; cómo arrancarse para la guerra con los
frijolares a media flor en los brazos, las puntas de güisquil calientitas
alrededor del cuello y los pies enredados en el lazo de la faina.
El aire de Ilóm olía a tronco de árbol recién cortado con
hacha, a ceniza de árbol recién quemado por la roza.
Un remolino de lodo, luna, bosques, aguaceros, montañas,
lagos, pájaros y retumbos dio vueltas y vueltas y vueltas y vueltas en torno al
cacique de Ilóm y mientras le pegaba el viento en las carnes y la cara y
mientras la tierra que levantaba el viento le pegaba se lo tragó una media luna
sin dientes, sin morderlo, sorbido del aire, como un pez pequeño.
La tierra de Ilóm olía a tronco de árbol recién cortado
con hacha, a ceniza de árbol recién quemado por la roza.
Conejos amarillos en el cielo, conejos amarillos en el
agua, conejos amarillos en el monte.
Miguel Ángel Asturias - Hombres de Maíz.
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