Como consecuencia de una falla ocurrida en un oleoducto de la planta de extracción de Jusepín en el estado Monagas, el pasado 4 de febrero se produjo un derrame de crudo en el río Guarapiche del cual se surte la planta de tratamiento de aguas del acueducto de Maturín, y otras poblaciones aledañas. Algunas estimaciones ubican entre 45.000 y 120.000 barriles la cantidad de petróleo vertido en las aguas del río, y en 75 kilómetros el trayecto recorrido por la mancha negra conformada por el hidrocarburo derramado. La contaminación generada en el accidente condujo a la suspensión del servicio de agua a más de las dos terceras partes de la población de Maturín durante varios días y ha impactado severamente la biodiversidad acuática local, afectando ecosistemas muy sensibles como los manglares que se extienden en las riberas de los caños Cuatro Bocas, Colorado y Francés. En este sentido algunos expertos ya hablan de daños irreversibles.
El desastre ha causado también importantes pérdidas materiales, entre las que se cuentan graves perturbaciones a la economía de los pescadores y agricultores de la zona. Ante este triste episodio que se suma a la larga lista de desmanes cometidos por el desarrollismo petrolero en nuestro país, resulta imperativo preguntarse si este ecocidio prefigura lo que le ocurrirá a la Faja del Orinoco en una escala mucho mayor en los próximos años. ¿Se convertirá está extensa y frágil porción del territorio venezolano en una nueva macro cloaca petrolera, tal y como ha sucedido con el lago de Maracaibo? Con toda seguridad, de mantenerse los planes que buscan proyectar a nuestro país como una “potencia energética mundial” en las próximas décadas (PDVSA ha anunciado su firme intención de llevar la producción de la faja a cuatro millones de barriles en 2014 y a seis millones en el 2021), la destrucción que se desencadenará en la zona será de proporciones gigantescas y acarreará terribles consecuencias socioambientales que impactarán de manera dramática la salud y las condiciones de vida de la población asentada en ese territorio e incrementarán de manera notable la nefasta deuda ecológica acumulada en Venezuela por las transnacionales petromineras y la propia industria petrolera nacionalizada.
Ciertamente no podemos pretender desmontar de un día para otro la pesada herencia monoproductora, petroadicta, parasitaria y profundamente depredadora que marcan al Estado y la sociedad venezolana contemporánea. Dicha tarea resulta compleja y delicada pero al mismo tiempo imprescindible en el contexto de la crisis civilizatoria que estremece al mundo en la actualidad. El “derecho al desarrollo” y la construcción del “socialismo del siglo XXI” no deben esgrimirse como banderas que separan lo ecológico de lo social, sirviendo de coartada a un perverso y decadente sistema de acumulación que se resiste ferozmente a su desaparición.
Para nadie es un secreto el papel que desempeñan las emisiones resultantes de la combustión masiva de hidrocarburos en el proceso de calentamiento global actualmente en curso; hace algunos años Francisco Mieres nos alertaba sobre la corresponsabilidad de los países exportadores de petróleo en esta materia. El cambio climático es ya un hecho incuestionable que, a la vuelta de la esquina, plantea enormes peligros a la humanidad y al conjunto de la vida en el planeta. La matriz energética que se deriva de la explotación y consumo en gran escala de hidrocarburos ya no da para más, la sociedad petrolera es insustentable y los intentos por perpetuarla nos acercan cada vez más al abismo.
Urge diseñar colectivamente escenarios post-petroleros que garanticen la viabilidad de verdaderos proyectos de emancipación integral, capaces de enfrentar de manera creativa, eficaz y simultánea las trampas de la llamada “razón de Estado” y la lógica de reproducción del capitalismo transnacional neoliberal. En este sentido hacemos un llamado a las organizaciones y movimientos sociales, a los sectores verdaderamente revolucionarios que forman parte de la alianza de gobierno y al pueblo en general, a conformar la necesaria articulación democrática de múltiples actores y esfuerzos para dar impulso a un proceso de reflexión crítica en torno al balance del modelo extractivista-rentista y las alternativas societales para trascenderlo.
¡Alto al ecocidio en el Guarapiche!
¡Salvemos la Orinoquia!
¡Luchemos juntos por la creación de estilos de vida basados en la diversidad, el equilibrio ecosocial y el respeto por la vida en todas sus manifestaciones!
Colectivo Agroecológico Tierra y Libertad
Colectivo Urimare
Colectivo India
Centro Ecológico Social Bolívar en Martí
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